La maleta.
Pero efectivamente, aquí estoy: dando la
cara. Llegué derrapando a compartir mi
historia y, no se preocupen los que me ven así todo maltratado pareciendo que ando
medio muerto. Lo que pasa es que al final del día se equivocó mi interior., le
hice caso y me jugó chueco.
Yo nos veía jubilosos y amorosos, llenos de
canas: yo con los zapatos bien boleados y ella, con la falda bien planchada.
Ambos riendo, disfrutando y bailando al ritmo de danzón de una buena balada,
pero las promesas que me hizo en aquel bar, parece que se las llevó el tiempo o
que se le olvidaron al salir del evento.
Ella dejó de escabullirse hacia mi
cuarto y dejó de acariciar mi cabello al conducir. Contando el día de hoy, llevo
varios meses sin dormir. Uso sublinguales para por las noches y sintéticos por
la nariz Trato de mantenerme ocupado pero sin ella, no logro estar concentrado,
ni contento ni feliz. A veces trato de evitar su presencia en mis pensamientos,
pero siempre vuelvo con ella porque recuerdo sus ojos y termino cediendo.
Reconozco que recientemente he sentido
que ya no me conozco. Que la incertidumbre me ha engañado y que la debilidad y
desconfianza que concluí de nuestra historia me está haciendo mal y
últimamente, he aumentado la dosis de mi daño, pero el polvo es lo único que me
ayuda sobrellevar la vida cuando la ansiedad me ataca por estarla pensando
tanto. El polvo me lleva a un lugar tranquilo y abierto. Un lugar donde puedo
cerrar los ojos y callar el grito dentro de mi cabeza que me hace sentir
insano, intranquilo, con rabia. Con el polvo me es posible estar aislado de
ella también. Me gusta quedarme sólo conmigo mismo y que su imagen se
desvanezca con el viento del verano, como si ella pudiera quedar fuera de mi
cabeza hasta quedar inconsciente de su presencia. Sentir cómo mi júbilo por
existir, ese que tenía antes de ella, tomara posesión completa de mi paciencia
y de mi trascendencia. Ahí, me puedo ver como aquel que no había sido tocado,
cambiado o modificado. Sentirme como aquel chaval que todavía no era como ella
quería que fueran; aquel que no sabía que quería y que mejor se quedaba
sentado, mojándose los pies a la orilla de la alberca., no porque no supiera
nadar, si no, porque eso era suficiente para sentirse completamente húmedo
desde los pies y hasta la cabeza. Yo era el que volvía del resort complacido y
recargado de energía para lo que fuera. Ahora, en el viaje de regreso a casa
siempre hay llanto de tristeza, porque siempre llega un deja-vu que me hace
recordar y volver a extrañar a mi princesa. Similar a la sensación que da el
retorno del resort vacacional hacia los diminutos setenta metros cuadrados que
comprenden mi departamento, con el estómago lleno de insuficiencia, alcohol y
agua salada con arena. Por eso el abuso de narcóticos, para poder estar otra
vez conmigo, para poder sentir quien era antes de conocer y ser como mi
princesa quería que fuera.
Compré la loción que usaba ella, para
rociar mis sábanas y sentirle cerca, para poder sentir que todas las noches
estamos abrazados y poder aumentar las posibilidades de soñar con ella. Pero
con el paso del tiempo aprendí que eso solo me estaba llevando a la miseria.
Si, soñé un puñado de veces con ella, pero no gané nada, porque soñar con ella
era una realidad que me fascinaba y ahora me condena. El sueño más recurrente
que tengo con ella es ir caminando por el desierto, atravesando las dunas de
arena, conversando casualmente con la luna y viendo como ella iba diez pasos
delante de mí, volteando ocasionalmente hacia nosotros, como si sintiera que
alguien la estuviese mirando, pero siempre caminando, como si alguien también
la estuviese esperando. Todavía me tiemblan las pestañas cuando paso por su
calle, aún sabiendo que se ha mudado de ciudad, voy con la esperanza de que
algún día ella salga de su casa sólo para abrazarme. No debería de ir a su
vecindario, porque sigo bajo amenaza por sus hermanos y los cholos de su
vecindario. Supongo también, que tantos buenos momentos que vivimos en la
cabaña del lago, los debo de juntar en una bolsa negra y aventarlos a las vías
del tren, así como sus hermanos dijeron que harían conmigo si nos volvían a ver
caminando de la mano. Pero, mis esfuerzos de olvidarla son inútiles., sus
caricias se han quedado estancadas detrás de mis orejas como talismán., como si
ella fuera un río de aguas dulces y yo un caimán. Después de tanto tiempo con
ella y ahora sin ella, sigo pasando por su vecindario, porque estar sin su amor
me ha vuelto un temerario. No me importaría perder la vida en manos ajenas, si
la razón de mi muerte es por seguirla esperando.
-"Ya no vamos
más". -Me dijo un día cuando estábamos despertando. Yo la miraba sin saber
que carajos estaba pasando. Le intenté abrazar pero rechazó mis brazos, se
levantó de la cama, se vistió y tomó lo que tenía previamente empacado. No dio
razones ni excusas rápidas de su partida, tampoco preparó un discurso largo. Sólo
me tomó del cuello, me besó la frente y tomó las llaves de su auto. A través de
la ventana, vi como partía, sin saber lo que estaba pasando. No pude percibir en
sus ojos la razón de la ruptura. No sabía si se fue porque quería o porque yo
le hacía daño. Me arrumbé en la esquina de la sala, lloré hasta quedar seco de
los ojos y sacando puros gallos. Al ver su espacio vacío, sentí como si alguien
me hubiera dado un golpe tan fuerte en donde mi cuerpo estuviera bien pero mi
ser estuviera noqueado. <<Ya no vamos más>>. Ni la bomba atómica
hubiera causado tanto estrago.
¿Cómo una voz tan dulce pudo mandarme derrapando
y sollozando al otro lado del lago? Dos días después, me encontraron medio
muerto en la esquina de mi cuarto, con orines y caca por todos lados…
…Me llevaron a no sé dónde, me limpiaron y me vistieron y me
refugiaron.-Que más que un refugio, parecía un encierro-. En ese lugar había
una cama, el suelo y una ventana donde cada mañana entraba el sonido de un
pájaro cantando, pero nada más. Me proporcionaban alimento una vez al día, no
había luz y sabía que había más gente ahí porque se escuchaban gritos y
clemencias todos los días.
Diecinueve días después, entró a mi
habitación una señora de talla grande y cabello oscuro, se sentó sobre el
colchón de la cama y le colocó etiquetas con nombre a las memorias y a los
diminutos recuerdos sin alma que tenía de las últimas tres semanas. Ella
levantó su mano, extendió sus dedos y se dirigió hacia la mía. No volvió a
decir nada más. Estrechó mi mano, me sujetó del hombro y caminamos sobre un
pasillo largo y oscuro lleno de puertas, como si fuese el pasillo de un hotel,
hasta que llegamos a la puerta final. La mujer abrió la puerta y con los brazos me indicó avanzar., así que di
un paso firme hacia adelante con la pierna derecha, después otro paso con la
pierna izquierda y así sucesivamente hasta que mis pasos me dirigieron cerca de
lo que parecía ser la entrada principal del recinto. El lugar era hermoso y
grandísimo, tenía mucho verde, estaba lleno de árboles y había muchos autos de
lujo, todos eran negro sobre negro y contrastaban con todo lo verde del lugar.
El recinto era delimitado con el exterior por unas paredes muy altas, como si
cumplieran la función de muralla. No pasó mucho tiempo cuando comenzó un sonido
parecido al que saldría de una trompeta y se abrieron las inmensas puertas.
Esperé lo suficiente para poder pasar con seguridad y cuando vi que el espacio era
suficiente entre ambas puertas y corrí.
La visibilidad en el exterior era
complicada porque parecía como si el espacio estuviese rodeado de nubes, Se
sentían los densos tonos grisáceos y
blanquecinos del aire condensado en los receptores de mi piel pero avanzaba
hacia adelante con una ligereza muy parecida a la sensación que me dio cuando
bailé con mi prima en la tercera boda de mi tío Gustavo, estábamos en el centro
de la pista justo en el momento que el DJ hizo funcionar las máquinas de humo.
Seguí caminando hasta que eventualmente llegó el paso en el que mi pie no
sintió suelo firme y la inercia que llevaba mi cuerpo me proyectó hacia abajo
sufriendo una especie de caída libre como agua en cascada. Mientras caía perdí
la conciencia, pero la recuperé al sentir el impacto con el suelo nuevamente.
Ahí, creí que había llegado mi final.
Sin tener una maldita idea de dónde estaba, cómo estaba y porqué estaba. Mi
alma se despegó de mi cuerpo y me pude ver: acostado, lleno de sangre, con los
huesos fracturados, con mis órganos vitales entrando en paro
cardiorrespiratorio y convulsionando. Sabía que en cuestión de minutos iba a
perder la vida. Así que bajé hasta mi cuerpo nuevamente y tomé mi mano, derramé
una lágrima sobre mi mejilla y me besé la frente. Tomé aire profundamente,
porque sabía que al cerrar los ojos no los abriría nuevamente, me abracé y
mientras vaciaba el aire de mis pulmones cerraba los ojos, hasta que ya no supe
nada más…
Desperté una noche fría en medio de la
cocina de mi departamento lleno de sangre, sudor y de mi propio excremento.
Luego de creer que había muerto a causa de una sobredosis, entendí el mensaje
que me estaba dando mi abuelo. Encendí un cigarro y cerré los ojos intentando
que la flama del encendedor secara mis lágrimas o que por lo menos las pestañas
ardieran por el fuego. Busqué una foto de nosotros y la quemé junto con los
objetos que me había regalado con el paso del tiempo. Mientras sus cosas
ardían, sólo me rodeaba una línea de pensamiento: que los “prometo” que se
hacen dos personas que se acaban de conocer en la barra de un bar no deberían
de ser tomados como ciertos. Y que la habladuría que se echan otras personas
enfrente de un altar, tampoco se deben de tomar muy en serio.
Ese fue mi error, ni siquiera habíamos
pedido la cuenta y parecía que ya nos habíamos visto antes, como si ya hubiéramos
tenido otros encuentros. La conocí en un bar y nos casamos. Tuvimos una vida
llena de amor y privilegios. Pero el amor que sentí por ella casi me llevó al
cementerio.
Tanto fue para mí que se me olvidó ver lo que yo
era para ella, que tarde me di cuenta que no había mucho que mi princesa
buscara de mi existencia. También comprendí que sólo me quiso hacer sentir lo
suficiente para que no me fuera., tal vez porque ella no quería estar sola, o
porque fui el primero que la cortejó en aquella tarde lluviosa cerca de la
universidad a donde asistía, pero no creo que haya sido porque creía que yo
completaba su rompecabezas. Las últimas semanas no la sentía presente, como si
fuera un fantasma o como si alguien la detuviera a entregar todo lo que ella dispone
para un hombre. Algunas tardes me dejaba olvidado en el sofá de la habitación,
mientras ella se recostaba en el colchón. Ahí, semidesnuda, sin poder tocarla,
sólo contemplando sus piernas o escuchando su respiración, me llenaba de coraje
creer que no estaba conmigo porque había besado otras lenguas y llegaba
exhausta a la cueva. Al final no dijo nada porque intentó hacerlo un par de
días antes. Pero, las palabras que salieron de su boca me disgustaron tanto que
preferí darme la media vuelta antes de dejar que terminara la conversación.
-¿Me culpas a mí? –Le decía en la habitación, cuando
comenzaba a insultarme con palabras o a rescindir de las miradas. <<No quiero que intentes convencerme ahora de lo
contrario, no me quisiste desde el comienzo y ahora dices que no me quieres porque
he cambiado.- Yo creo que soy el mismo pibe y sé que tú la misma gitana>>.
Yo le gritaba razones para estar, mientras ella tomaba la maleta belice azul
que su abuela le dejó y vaciaba los cajones del armario. Ella me culpaba a mi
cuando yo estaba intentado ser el mismo pibe que dejó el vecindario; el mismo
pibe que siente y sueña, que le pide al cielo por favores, que cuando se
cumplen va y le agradece a las estrellas…
En fin, hablar de ella, recordarla y
sentir su presencia últimamente me acompleja, me atonta y me perpleja. Ver su
sonrisa enmarcada en la fotografía es la dosis que necesito para huir a otras tierras…
a otros mares… a otras veredas… -¿Qué me ha hecho? -No importa lo que me
hiciera, siempre terminábamos la noche cogiendo. Siempre terminábamos jadeando
y sudando. Comenzábamos comiéndonos los labios y terminábamos besándonos hasta
las uñas de los dedos. En mi corazón aún está el hacerle sonreír. En llamarle.
En esperarle. Porque no habrá nadie que la pueda arrancar de mi pecho. -¡Sí!- Así
haya sido una hija de puta conmigo. Así me toque volver a nacer, caer de vuelta
en sus redes y lo vuelva a hacer: volvería a estar con ella. Yo, no sé dejar de
querer. Porque querer va en serio y sufrir también. Me hace tanta falta su
amor, que sin ella preferiría estar muerto. Sé que no me quería, pero no me
importaría seguir sintiendo que soy sólo un utensilio desechable en su cocina o
un balón olvidado que saca del clóset sólo cuando van sus sobrinos menores al
pueblo, si de esa manera puedo conservar si aliento en mi pecho.
Sé que estoy mal y no estoy queriendo encontrar
una solución real, pero todavía no creo que sea el tiempo de crecer y de sanar. No quiero apartarme de lo que me
brinda su recuerdo porque creo que todavía no es momento. No quiero soltar mi
pasado con ella y comenzar a buscar un nuevo encuentro. Hay noches que quisiera
abrir la ventana de mi habitación y postrarme en el asiento del escritorio
frente a mi balcón, prender un cigarrillo a su memoria y dejar que las cenizas se
consuman esperando su reintegro. No me gustaría comenzar a olvidarla y que deje
de lastimarme su recuerdo.
Volteo a ver su foto y vuelvo a
desmoronarme. No es momento de quebrar
el caparazón con el que me blindé en ella. No, no es momento., porque ayer creí
olvidarla y hoy he vuelto a cerrar mis ojos y recostar mi cabeza en sus piernas,
sintiendo el calor de su cuerpo, todos los días intento soñar con mi princesa, pero
la vida la quiere alejar de mí para siempre porque no puedo.
No estoy triste por el desenlace de nuestra historia,
sólo estoy existiendo y sufriendo. Existiendo por las promesas que me hizo
y sufriendo por no tenerla cerca. Viendo cómo tomaba todas sus cosas y llenaba la maleta belice azul que tenía guardada.
Está claro que ella se alejó para no
volver, pero yo daría mi vida si alguien me promete que antes de que yo muera,
me lleva hasta donde ella esté… la pueda ver, aunque sea de lejitos y aunque
esté viendo como le comparte sus mentiras con otro ser.
¡Sí!, Pese a todo, moriría por volverla a ver.
Tal vez mi vida con ella no era vida. Pero sin ella, prefiero que mis ojos no vuelvan a ver un atardecer.
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