Escuincles

 

Éramos unos escuincles. Creciendo con miradas llenas de incertidumbre.

Obviamente me genera culpa saber que yo era mayor que tú y que de cierta manera eras mi responsabilidad. No parecía ser cierto cuando te vi por primera vez: me iluminaste la vida, le diste color a mi sonrisa, llenaste de pintura la pared que tenía enfrente de mi frente y con mucho trabajo me ayudaste a construir una escalera para intentar pasarla y mirar del otro lado. Agradezco tu calma y la inteligencia con la que mostraste la madurez de tu inocencia. Muchos me ofrecieron un mazo para derribar ese muro pero solo tú me ofreciste palabras de apoyo y consuelo cuando más lo necesité. Me diste amor, no un cañón de destrucción. Lástima que yo haya sido mayor que tú por un segundo. Si esto hubiera sido al revés, si la historia hubiera sido todo lo contrario: todavía estarías besándome, te lo aseguro.

Éramos unos niños cuando comenzamos el juego del amor y lamentablemente perdimos. Dicen que en el juego; se sale mejor de lo que se entra. Y, aún terminando empapados en sudor con sangre, lo puedo corroborar. No se ganó el juego pero si se terminó la rivalidad. Salimos lastimados ambos, porque claramente en los juegos físicos alguien tiene que herirse. Jugamos bien, pero por nuestra inmadurez jugamos sin reglas, éramos tan niños que ninguno de los dos entendió perfectamente todas ellas. Éramos unos niños sin experiencia pero jugamos bonito; nos divertimos y nos reímos mientras lo hacíamos. Al menos salieron risas y carcajadas entre cada punto, fuera a favor o en contra. ¡Qué bonito juego! No nos importó que la casa de apuestas estuviera generado todo en contra de sus jugadores, porque queríamos jugar. ¡Sí! hubieras sido mayor que yo, para que fueras tú quien determinara el ritmo de juego y la dirección del partido. Hubieras sido mayor que yo para así poder bajar la cabeza y respetar la jerarquía “del más grande, más sabio” aunque fueran puras mentiras eso de que ente más viejo más cuerdo, porque claramente este loco no supo ganar, ni jugar ni nada. No supe nada. Hubieras sido tú la mayor para abrir los ojos y correr más despacio cuando me lo dijeras. Hubieras sido mayor que yo, para que yo pudiera mostrar tantita madre antes de insultar tu esfuerzo y tu inteligencia. Pero “hubiera” no existe.

Aun así, éramos unos escuincles y aprendimos juntos el juego. Aprendimos sin teoría, sumergiéndonos en la práctica mientras se consumía el tiempo. Tiempo que desde siempre supimos que era prestado, porque desde el principio nos avisaron.
Hubiéramos hecho más puntos si la pared enfrente de mí no hubiera aumentado mi torpeza. Se han escrito tantos hubieras en esta vaina que ya no sé qué fue mentira o que fue realidad en el juego (para mi sorpresa).

Ahora que te veo jugando con alguien más, me llena de orgullo que hayas sido mi compañera alguna vez. No me enoja verte sonriendo y jugando con otro, al contrario, me abunda la alegría de que al fin tengas una pareja que vale la pena. Sé que no necesitas saberlo, pero te quiero decir que me he salido de la temporada; ya no quiero jugar este año, pero no porque me hagas falta tú para completar el juego. Me he salido, porque me hacía falta yo desde hace mucho, quien sabe desde hace cuánto tiempo. Me hacía tanta falta yo que ahora que he dejado de correr, se ha vuelto más sencillo el caminar. He hecho compromisos conmigo. Los he cumplido tan bien que aprendí a seguir instrucciones y a seguir las reglas, y con la fuerza suficiente y el semblante correcto pude construir un cañón; le apunté a la pared de mi frente y la he destruido. Aún haya salido perdiendo del juego de escuincles, camino levantando la cabeza y alzo la mirada porque me siento victorioso. Si el juego fuera un castillo, me siento como rey aunque no me hayan coronado al final del mismo. Y, sin corona he decidido quedarme porque en el juego que jugamos no trabajé lo suficiente de tu lado.

Pero no me arrepiento de mi juego, de nuestro juego, porque las derrotas no tienen culpables singulares: ambos cometimos errores. Pero éramos escuincles, no me preocupo por haber perdido contigo. Teníamos las uñas llenas de mugre, no creíamos que lavarnos las manos antes de comer era necesario, no pensamos que con mugre el balón se resbala de las manos.

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